9 de agosto de 2010

Prosa leprosa, Andrés Ibáñez

Hoy rescato un clásico que guardaba desde hace tiempo en el disco duro y que cada tanto releo (o recuerdo). Ahora lo único que me falta es leer algo del autor, que me tiene comprado con este artículo desde hace años. Anotado queda en mi lista para la próxima visita a la biblioteca.


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Prosa leprosa

Andrés Ibánez

Fuente: hemeroteca del ABC

Hace unos años diseñé una máquina para escribir magnífica prosa castellana a la que llamé PC (de «Prosa Castellana»). Era un mecanismo relativamente sencillo gracias al cual era posible obtener textos dignos de los más grandes prosistas de la lengua, que eran, por aquel entonces, y por si usted necesita saberlo, Camilo José Cela y Miguel Delibes. La cosa funcionaba así: se cogía un texto «normal» y sin signos aparentes de ser gran literatura, se le aplicaban cuatro procesos, controlados mediante palanquitas de distintos colores, y aquel texto soso y poco expresivo se convertía automáticamente en una muestra de Magnífica Prosa Castellana.

Tomemos, por ejemplo, la frase «Juan salió a la calle y vio que había empezado a llover» que, al carecer de metáforas, comparaciones y adjetivaciones sorprendentes, está claro que no es ni literatura ni Magnífica Prosa Castellana ni nada de nada. El primer paso consiste en sustituir las palabras de la frase por sinónimos más castizos, más arcaicos y, en cualquier caso, más largos. «Juan asomó a la calleja y advirtió que había comenzado a molliznar».

El segundo paso consiste en añadir la mayor cantidad posible de palabras «vacías» (conjunciones, preposiciones, nexos y organizadores diversos, verbos auxiliares, etc.) «Así que Juan se asomó a la calleja, tuvo ocasión de advertir que había comenzado a molliznar».

El tercer paso, consiste en añadir algún adjetivo sorprendente y, si es posible, disparatado. «Así que Juan se asomó a la obliterada calleja, tuvo ocasión de advertir que había comenzado a molliznar».

El cuarto, y definitivo, añadir a) metáforas atrevidas y b) comparaciones bizarras, donde y cuando sea posible. «Así que Juan se asomó a la obliterada calleja, tuvo ocasión de comprobar que una mollizna de fino cristal esmerilado se destrozaba con avidez contra la acera». De este modo usted puede convertir cualquier texto, por soso y tontorrón que sea, en una muestra de MPC o, lo que es lo mismo, de prosa leprosa.

Fabricado en serie

Estoy convencido de que mi PC, mi máquina, que data de mediados de los ochenta, fue robado, fabricado en serie y distribuido secretamente por todas partes, porque, a pesar de lo que dice todo el mundo (y en España es siempre abismal la diferencia entre lo que se DICE y lo que se HACE), la leprosa florece por doquier y es lo que más admiran los críticos. Cuando abro una novela recientemente publicada y leo (tercera línea) «desgranaban los primeros días del verano de 1945» y luego, dos líneas más abajo, «un sol de vapor se derramaba sobre la rambla de Santa Mónica en una guirnalda de cobre líquido», sé que esto ha sido escrito con un PC.

Uno de cuyos efectos más devastadores ha sido que los lectores especializados, críticos exquisitos, etc. cuando leen ahora a Kafka, a Chéjov, a Hemingway o a Flaubert, sienten que eso no es buena prosa. Les parece que el complejo estilo modernista de Hemingway es «muy simple» y que el lenguaje maravillosamente poético de Kafka es «de acta notarial». El otro día leí escandalizado en la Revista de Libros que para mi querido amigo y muy admirado escritor Eloy Tizón (que, por cierto, no practica la prosa leprosa) la de Flaubert es nada menos que «prosa administrativa».

El centro del problema

Es posible que éste sea el centro del problema: no haber entendido a Flaubert. Porque la gran revolución de Flaubert consistió en sustituir la densidad de figuras retóricas por la densidad de la información. Flaubert entendió que la complejidad del mundo es más interesante que el ars combinatoria de las metáforas posibles y descubrió así una forma nueva de la belleza, una belleza moderna que tiene que ver con la precisión de lo real. En el desarrollo de la prosa moderna hay otras líneas posibles, la de Proust, la de Henry James, la de Conrad (que luego sería la de Faulkner), la de Kafka, pero sin esa forma de Flaubert de entender la prosa y la belleza de la prosa, no tendríamos a James Joyce, ni a Nabokov, ni la novela americana moderna (incluidas la novela posmoderna y la novela negra), ni la novela india en inglés, ni el cyberpunk, ni La vida, instrucciones de uso, ni a John Le Carré. Éste parece ser el axioma de Flaubert: «La belleza será información comprimida o no será».

Los leprosistas no se sienten interesados, entre otras razones, porque son vagos, y porque escribir prosa al estilo de Flaubert exige un ingente trabajo de documentación e información. Prefieren inventarse las cosas, convencidos de que con eso que ellos llaman su «imaginación» (y que en realidad es su mente) y un buen diccionario de sinónimos saldrán adelante de cualquier empresa. El resultado es prosa leprosa.

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La foto es de la UIMP.

2 comentarios:

  1. Inventarse las cosas está de moda, etsá que lo peta..

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  2. Y que lo digas, Jordi. Hay mucho autor verborrágico por ahí suelto, que podría vender sus libros a peso, de tanta retórica como mete.

    Saludos y gracias por pasar por aquí.

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