13 de julio de 2011

Una luna, Martín Caparrós


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[...] Así es la vida que tienen, la que tienen, la única que tienen. Yo me paso la vida tratando de hacer la mía interesante, de que valga la pena, de que no se me escurra el agüita tonta entre los dedos, y ellos —ellos son tantos, dos tercios, tres cuartos de las personas que viven en el mundo— se la pasan tratando de comer: de alimentarse hoy y despertarse al día siguiente. Esa es la verdadera división de clases, la más terrible división de clases: los que nos preocupamos por qué vamos a hacer mañana, los que se preocupan por cómo van a comer mañana.

Y eso es lo cruel del África: que te lo muestra demasiado. África es obscena, en el sentido más estricto. O pornográfica, si aceptamos que algunos se calientan con estas cuestiones. Si no hubiera triunfado la estúpida corrección política, americanos y europeos y otros varios podrían organizarse tours a Liberia, a Etiopía, a Zambia, a Mozambique para gozar con esa diferencia, con la constatación palpable y bruta de esa diferencia: corona de sus éxitos. Aunque ya lo hacen, a menudo, vergonzantes, cuando ponen cien dólares o unos euros para los chicos africanos, el hambre en el planeta, el sida en blanco y negro.

Lo cruel, tremendamente cruel del África es que te dice fuerte lo que sabés bajito: que el mundo es una mierda. Y que aceptarlo nos cuesta tan tan poco.

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Una luna, Martín Caparrós.
Editorial Anagrama (Barcelona, 2009)

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