14 de junio de 2015

77, Guillermo Saccomanno

Esta es la cuarta novela que leo de Guillermo Saccomanno y la  tercera que reseño en el blog. Antes de 77 (Planeta, 2008), le dediqué en su día unas pocas líneas a El oficinista (Seix Barral, 2010) y otras pocas a Cámara Gesell (Seix Barral, 2013). Previamente a esas dos novelas había leído otra, La lengua del malón, de la que tomé bastantes notas..., pero que se quedaron en eso: en meras notas. En cualquier caso, tampoco me hago mala sangre por esto último; según Google Analytics, casi nadie lee lo que escribo sobre Saccomanno. Por tanto, la suerte de esta entrada esta casi echada de antemano.

Al margen de mi limitada capacidad de influencia en la blogosfera o de que el libro fuera publicado hace años, sucede una tercera cosa:  pese a ser muy conocido en su país, Saccomanno lo tiene crudo para ser leído en España. Por un lado, su escritura es tan argentina —traduzco: escribe alejado de esa suerte de español neutro que otros practican— que el conservador y algo etnocéntrico lector español preferirá una traducción del sueco, canadiense o iraní a una experiencia salvaje con la variante rioplatense de su lengua. Por otro, Saccomanno es uno de esos autores para quienes «la teoría literaria es teoría política, no es solo teoría literaria»... Y ya se sabe: en España, lo político suele tener mala prensa entre la crítica literaria.

Ejemplo: ¿alguien se imagina a un crítico estándar español mirando a Victoria Ocampo bajo otra lupa que no sea la de la refinadísima escritora de cuentos, epicentro de un importante círculo literario, amiga de Borges, auxiliadora económica de Ortega y Gasset, etc.? Pues en La lengua del malón, ella y su cohorte de elitistas amigos aparecen como ideólogos y cómplices de la dictadura argentina. A eso me refiero.


Un país, un matadero

«Quizá el terror es el género más apto para contar la historia patria», se nos dice en 77. Según Saccomano, 1977 fue el año más cruel de la última dictadura argentina; así que la reflexión del profesor Gómez, el narrador de la novela, sintetiza a la perfección la atmósfera que impregna casi cada página. De hecho, como sucede en otras novelas suyas, el autor nos ofrece una Argentina donde el Mal, esto es, la barbarie, campa a sus anchas e infecta casi cada rincón de la vida cotidiana. Tanto es así que el lector termina El oficinista, Cámara Gessell o 77 con la sensación de que no existe ningún lugar seguro donde esconderse. El Mal, como el ojo de Sauron, siempre termina encontrándote por mucho empeño que pongas en esconderte o ponerte de perfil.

En el caso de 77, además, hay una nítida referencia a lo esotérico. Así, la novela entronca con el ensayo Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires, de Roberto Artl; pero también con esa atmósfera singular que envolvía a un personaje tan inquietante como López Rega, mano derecha de Perón en la última etapa de este y que se preciaba públicamente de ser brujo. Asimismo, aparecen alusiones a los «magos negros», una metáfora muy apropiada para los militares golpistas, unos tipos capaces de torturar de manera tan cruel y de enviar a sus víctimas a un limbo tal que hasta los mejores médiums rehuían contactar con sus almas. En conjunto, explica Saccomanno, lo que buscaba era subrayar que cuando reina el terror se produce una pérdida de la identidad y aflora el pensamiento mágico.

Una tercera clave de lectura la encontramos en otra metáfora, la del matadero (expresión oportuna donde las haya para un país tan ganadero y carnívoro): 
El profesor vuelve con su jarra de té.

Están vivos mis libros y papeles, dice. Uno quiere olvidar. El terror es una yerra invisible. De nuevo, vacas. Ganado somos. En el país de la Sociedad Rural todos somos ganados que avanza hacia el matadero.
Se trata —hasta donde entiendo— de una suerte de metáfora mítica que sirve para explicar sobre qué clase de cimientos se ha construido la literatura argentina. Según el escritor David Viñas esta nace de una violación y el fruto de ella sería la obra El matadero, de Esteban Echeverría. De algún modo, esa obra inaugura en las letras argentinas, según leo en el blog Montoneros Silvestres, «la marca de la violencia sobre el cuerpo textual, sobre el lenguaje, pero también, sobre los cuerpos de carne y hueso».

Es decir —o eso entiendo yo—: la metáfora sobre la construcción de la literatura puede trasladarse a la construcción del país. O dicho de otro modo: a la luz de ese terrorífico binomio que forman los 30.000 desaparecidos por la última dictadura y los más de 600 soldados muertos en la guerra de Malvinas, hay momentos históricos en que la Argentina, tal como señala el profesor Gómez en 77, parece «un país que manda a los suyos al matadero».


El «machito argentino» como obstáculo revolucionario

Esta novela forma una trilogía junto a La lengua del malón y Un amor argentino, donde 77 ocuparía el último lugar de la serie. Las tres novelas se pueden leer de manera independiente... O al menos yo he leído la primera y la tercera, y en ningún momento me he perdido. De hecho, en 77 hay varios resúmenes o raccontos aquí y allá cuando aparece alguna línea argumental o algún episodio de la primera novela. Por tanto, si bien existe un eje cronológico que organiza la trilogía, cada quien puede hincarle el diente por donde le parezca oportuno.

Otra arista que me interesa de Saccomanno es su crítica a lo que en 77 llama «doble moral del machito argentino». Además de textos politizados, las novelas de Saccomanno son entes sexuados (o así lo recoge Claudio Zieger en este artículo). En La lengua del malón, por ejemplo, la acción gira alrededor de un manuscrito que ha pergeñado Delia, la esposa de un militar en la época del bombardeo de plaza de Mayo (1955). Esta mujer, además de mantener una relación lesbiana paralela a su matrimonio, escribe una novela revisionista sobre el mito de la cautiva, es decir, sobre la típica historia de la mujer civilizada que es secuestrada por el enemigo bárbaro. En la versión de Delia, la cautiva ni repudia al indio ni aborrece sus costumbres; al contrario, le parece que su bárbaro folla estupendamente y que su relación de pareja es mejor que la civilizada. Es decir: sucede lo contrario de lo que nos enseña la escuela biempensante.

En 77, el mecanismo transgresor es similar, pero aplicado a otro ámbito y a otro tiempo. En este caso, Saccomanno le da un lugar relevante al intercambio epistolar entre dos guerrilleras montoneras lesbianas, Mara y Diana. Ambas mujeres ven cómo su opción sexual resulta un problema, además de para la dictadura y los sectores conservadores que la apoyan, para la organización donde están enroladas:
Ni el catecismo revolucionario ni el programa de reeducación social de las fuerzas armadas contemplaban esa clase de pasión.
Es decir, ambos bandos al menos estaban unidos por algo: sus prejuicios sexuales. De hecho, Mara y Diana, para sobrevivir en el seno de su organización, mantendrán relaciones heterosexuales y una de ellas quedará embarazada... Y no será la única militante a la que un compañero preñe en plena lucha armada contra la dictadura. Para ilustrar el clima que se vivía en aquellos grupos guerrilleros, la novela pone en boca de ellos el siguiente eslogan:
No somos putos, no somos faloperos; somos soldados de Far y Montoneros.
Y, claro, de ahí a que algún guerrillero afirme sin tapujos que «hay que fusilar a los putos» el trecho es muy corto. Por si le faltaba algo a tanta hombría mal entendida, Mara y Diana nos explican que algunas de sus compañeras de guerrilla «ascienden a los conchazos» —y no por méritos— o que formar una pareja estable en aquellos tiempos te convertía en alguien tan conservador como el enemigo al que combatías. En fin, pelear contra la dictadura era necesario, claro que sí, pero también lo era —y lo sigue siendo— erradicar los prejuicios sexuales y combatir lo que ahora llamamos el machismo-leninismo.


La complicidad civil

El cuarto y último aspecto que me ha interesado de la novela es cómo aborda el asunto de la complicidad civil. Saccomanno sostiene que su novela pretende dialogar con otros tres textos: El poder de la razón, de José Pablo Feinman; Historia argentina, de Rodrigo Fresán; y Tartabul, de David Viñas. Solo he leído el segundo y mis conocimientos sobre literatura argentina no son tan amplios como para entender qué clase de ida y vuelta se establece con Fresán. En cambio, sí que hubiera dicho que 77 es una obra a caballo entre Villa, de Luis Gusmán, y Dos veces junio, de Martín Kohan, dos novelas que trabajan también sobre cómo la dictadura fue posible gracias a la colaboración de ciertos sectores de la población (ejemplo: médicos y jueces).

En el caso del profesor Gómez, el narrador de 77, el rasgo que lo distingue es su izquierdismo sentimental. De hecho, este simpatizante peronista, admirador de la literatura inglesa —en tiempos del antimperialismo— y asiduo consumidor de prostitución callejera masculina, se ha especializado en acallar sus contradicciones personales y encontrar siempre la manera de no involucrarse en lo que está sucediendo en el país. Pese a defender unos valores opuestos a los de la dictadura y quienes la apoyan, paradójicamente el gran reto de Gómez reto es mantenerse al margen de todo, no implicarse en nada.

De hecho, una de las lecturas más sugerentes de la novela es que no se puede vivir al margen de lo que acontece en la calle. Y mucho menos en mitad de una dictadura. O dicho en términos de la novela: «Porque no se le puede rajar a la historia. Nadie puede hacerse el otario por más que se lo proponga». Uno puede esforzarse en no mancharse; sin embargo, lo que nos cuenta 77 es que el mundo no es neutral y, cuando menos te lo esperas, las circunstancias te envuelven y te arrastran hacia una encrucijada en la que necesariamente debes tomar partido. Quizá por eso sostenga Saccomanno, parafraseando a Lenin, que «es mejor que vos te metas con la política antes de que la política se meta con vos».

4 comentarios:

  1. Buenas tardes, Arribas:
    En efecto, de este autor en España ni lo olemos. Lo acabo de certificar en la biblioteca de mi barrio.
    Atiende Arribas a este autor: Fernando San Basilio. Ya me dirá.
    Y otra cosa ¿para cuando alguna reseña de Antonio Orejudo? De lo mas potable en las Españas.
    Un saludo y siga así, descubriendo a este pobre ignorante autores y libros.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Buenos días, Anónimo querido.

    Fíjese que lo de Saccomanno es curioso, entre otras razones, porque le han dado dos premios en España: el Biblioteca Breve, por El oficinista, y el Hammet de la Semana Negra de Gijón, por Cámara Gesell. Quiero decir: ha salido en El País, en el ABC... Vamos, que no se trata de un escritor marginal, desconocido (o, en teoría, no debería serlo).

    En cuanto a San Basilio (Fernando, no doña Paloma), en su día reseñé la primera novela, Curso de librería . Tengo pendiente hincarle el diente a alguna de las siguientes.

    Y de mi admirado Antonio Orejudo, al menos en este blog he reseñado Reconstrucción . Antes, en mis días de Teína y rosas, hablé largo y (des)entendido de la estupenda y desopilante Fabulosas narraciones contadas por historias .

    Vamos, que usted y yo, en principio, estamos más en sintonía de lo que pueda parecer, ¿no?

    Muchas gracias por la lectura, por comentar y hasta por hacerme sentir descubridor de libros y autores para otros (en el fondo, soy un librero frustrado, creo).

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Arribas, por tu información e interés.
      Acabo de leer las criticas a Orejudo y FSB y coincido con usted. Yo acabo de terminar de leer "Ventajas de viajar en tren" y ahora estoy con la segunda novela de FSB. La de Orejudo me confirma de nuevo su talento (por cierto, de "Fabulosas narraciones por historias" mama en el estilo "Manual de literatura para caníbales" de su amigo Rafael Reig, otro autor que me gusta mucho)
      Y ahora una pregunta y una petición: que le parece Fernando Aramburu ( a mi me gusto mucho "Fuegos con limón" aunque su protagonista, Hipólito Goicochea, me pareció detestable) ; y que, además de los libros reseñados en esta entrada, me diga alguna novela o ensayo que trate las dictaduras del Cono Sur.
      Agradecido, un saludo.

      Eliminar
    2. A ver, por partes:

      Antonio Orejudo. Leí todas —creo— menos la última, y todas, incluida esa que menciona usted de Ventajas..., me gustaron.

      Fernando San Basilio. Solo he leído la primera. No descarto leer alguna de las siguientes... Eso sí, mis itinerarios de lectura son raros, así que vaya usted a saber cuándo sucede eso.

      Rafael Reig. Yo soy más de Orejudo... De Reig, me gustaron Manual... o Sangre a borbotones, me reí mucho —sobre todo con la primera—; pero cualquiera de la dos es inferior a Historias.... Eso sí, sus críticas literarias son estupendas, muy divertidas e inicisivas. Disfruté —y aprendí— mucho con Visto para sentencia. .

      Fernando Aramburu. Leí Fuegos con limón hace tantos años que solo me animo a opinar que recuerdo con cariño aquella novela... ¿Era el Pulcro Matallanas el que dejaba tirados a sus amigos para irse a leer 70 páginas por día? Es un libro que ha resistido a todas mis mudanzas de casa, país y continente, así que eso: le tengo cariño. Además, la de Aramburu, fue una de las primeras entrevistas (cuestionario) que hice en mi vida. De él también leí El trompetista del Utopía, que me gustó en su día; Los peces de la amargura, interesante y necesaria colección de cuentos sobre el asunto vasco, aunque algo despareja en el resultado; y no sé si alguno más... En mi subconsciente —acabo de preguntarle— sigue siendo un autor que me interesa y del que no descarto leer algún otro libro que se me cruce por el camino.

      Dictaduras del Cono Sur. A ver, a bote pronto, además de 77, recuerdo que me han gustado novelas como Dos veces junio, del argentino Martín Kohan; Villa, del también argentino Luis Gusmán; Los pasos previos, del no menos argentino Paco Urondo; Jamás el fuego nunca, de la chilena Diamela Eltit... Ah, y también el cuento El guardaespaldas, del uruguayo Nelson Marra o el perfil que John Lee Anderson escribió sobre Augusto Pinochet, publicado en El dictador, los demonios y otras crónicas. Hay muchos libros, y seguro en algún blog conosurista encontrará más y mejores referencias (en particular, en la parte de ensayo o periodismo).

      También puede usted explorar películas... Hay montones: La historia oficial, Garage Olimpo... Es cuestión de mirar. Eso sí, a mí un documental que me partió la cabeza y me ayudó a entender la gravedad de todo aquello fue Los escuadrones de la muerte, de Marie Monique Robin, que habla sobre la influencia francesa en el golpe militar, en las tácticas, en las torturas... Una joya.

      Y hasta aquí por ahora. Saludos.

      Eliminar