30 de agosto de 2015

Ignacio Echevarría vs. Damián Tabarovsky

Para terminar con la sobredosis de Tabarovksy, copio y pego algunos fragmentos de este intercambio epistolar entre él y el crítico español Ignacio Echevarría. Proceden de un artículo que leí mientras escribía las tres entradas (1, 2 y 3) sobre Literatura de izquierda (Editorial Periférica, 2010). El intercambio es de 2013 y permite sacar algunas conclusiones sobre cómo son las relaciones editoriales entre Hispanoamérica y España, y de paso comprender mejor cómo funciona el mercado literario español. También deja claro que, por estúpido que parezca, hablar una misma lengua es todavía un problema (y cuánto tenemos que evolucionar al respecto, claro).

Los créditos de este intercambio pertenecen a la editorial Traviesa, que tiene por editores al escritor guatemalteco Rodrigo Fuentes y al boliviano Rodrigo Hasbún, y que solo publica libros electrónicos. Este artículo del diario argentino Página/12 recoge cómo surgió la editorial, parte del catálogo o qué se proponen sus impulsores. Algo destacable, me parece, es que hay gente de todas partes; están por ahí, el mexicano Yury Herrera, la española Elvira Navarro, el argentino Federico Falco, la chilena Alejandra Costamagna... Echadle un vistazo, en particular a su zona de Archivo.

El intercambio completo entre Ignacio Echevarría y Damián Tabarovsky está aquí.


*


01 | El mercado español se hunde... ¡Intentemos vender libros en América!

Ignacio Echevarría:
[...] el sistema editorial español hace aguas por todas partes. La caída vertical de las ventas agudiza las inquietudes que sobre el futuro de la industria del libro siembran las perspectivas de una transformación radical de las dinámicas y de los márgenes del negocio, motivada por las nuevas tecnologías y los cambios en los hábitos de consumo y de lectura.

[...] El caso es que los grandes grupos editoriales españoles miran cada vez más hacia Latinoamérica como tabla de salvación. Lo siguen haciendo, sin embargo, con mentalidad metropolitana, sin diseñar estrategias de conjunto. Se perpetúa de este modo una política editorial que no trabaja casi nunca contando con el horizonte de la lengua sino ciñéndose al horizonte particular de cada país. Las pequeñas editoriales, por su parte, carecen de recursos para desarrollar políticas editoriales ambiciosas, expansivas. Y en estas circunstancias España sigue ocupando una posición estratégica, tanto en los circuitos de distribución como en los de consagración, que se corresponde cada vez menos con su cuota de mercado y con su peso cultural

Damián Tabarovsky:
[...] Ahora es evidente que la crisis económica, política y moral que atraviesa España (y Europa) vuelve apetecibles estos pequeños mercaditos de ultramar, pensados como una especie de ejercito de reserva de consumidores disponibles. Hubo un momento en que el mercado español descubrió que no podía funcionar solo importando best–sellers, y que tenía que crear los propios (dos Alatriste por cada Umberto Eco…) y ahora vemos las librerías de Buenos Aires inundadas de paupérrimas novelas españolas sobre la Guerra Civil… No se si esto va a prosperar, no lo creo (efecto de cierta influencia trotskista, a veces pienso que “cuanto peor, mejor”: irónicamente prefiero que se llene de novelones españoles, antes de seguir soportando los bodrios locales…).

Ignacio Echevarría:
Aciertas a describir muy bien, querido Damián, la actitud del sistema editorial español respecto a Latinoamérica: "una especie de ejército de reserva de consumidores disponibles". Y también de escritores disponibles, diría yo.

02 | Por increíble que parezca, el problema es la lengua...

Damián Tabarovksy:
[...] Nosotros, en Argentina, estamos acostumbrados —aunque las odiamos— a leer traducciones al español de España, a un español de España que exagera con los localismos, las marcas de la última moda catalana; pero en España no se tolera leer traducciones al castellano de Argentina, ni del resto de América Latina. Si una editorial latinoamericana pretende entrar al mercado de España, debe, casi necesariamente, traducir de un modo bastante más “neutro” a como lo haría para su mercado local. Digo esto bajo dos precauciones: una, la del riesgo del nacionalismo (no hay espacio aquí para desarrollarlo, pero dejo constancia de mi distancia frente al coloquialismo, el regionalismo, el costumbrismo, y cualquier otro tipo de nacionalismo). Segundo, sobre todo, lo dicho no debe leerse como una queja, un llanto, una victimización; sino como el resultado de complejas relaciones de dominación cultural, económica, política. Entonces, ¿qué política editorial y literaria es posible pensar para la lengua, para la lengua castellana como horizonte?

03 | Editores españoles buscan escritores americanos baratos...  para público indiferente

Ignacio Echevarría:
Durante los años ochenta la industria editorial española se consolida y crece espectacularmente, dando lugar a grandes estructuras que hay que alimentar a toda costa. Pasada la euforia narcisista que en esos años hizo pensar a los españoles que eran una gran potencia cultural, pronto hubo que proveerse de materias primas en otros lugares, con tanta más razón en cuanto la competencia mutua y la intromisión de los agentes literarios habían elevado por las nubes los adelantos por cualquier autor español mínimamente prometedor. La apertura del mercado español a los autores latinoamericanos, que comienza a producirse hacia finales de los noventa (después de más de dos décadas de resaca del boom y de las consecuencias catastróficas de la crisis arancelaria, en los setenta), obedece a esta dinámica.

En este marco, la irrupción de Bolaño tuvo un efecto detonante parecido al que en los sesenta tuvieron la irrupción de Vargas Llosa y García Márquez. Pero las condiciones son muy otras, por no decir de signo completamente inverso. El boom se produjo en un momento de gran efervescencia cultural, sobre un horizonte de utopía en el que las nociones de vanguardia y de revolución (dos asuntos que Bolaño tematiza recurrentemente en su obra) tenían todavía plena validez. En los noventa, la mencionada apertura del mercado español a los autores latinoamericanos es producto, como ya he dicho, de su necesidad de proveerse tanto de autores baratos y novedosos como de una nueva franja de lectores. Pero no hay una verdadera expectativa de renovación y recambio.
De ahí mis reservas hacia tu diagnóstico de 2008 de que el mercado español estaba dando "gran lugar, quizá como nunca antes, a la más insolente tradición literaria latinoamericana" (y prometo que es la última vez que te recuerda esta frase). Nunca fue así, en realidad. Se publicó a autores como Fogwill o Aira, o como Sada y Bellatín, por razones estratégicas, y de prestigio; y sobre todo por ver si con alguno de ellos –Piglia, por ejemplo– sonaba la flauta.
Pero, a diferencia de lo ocurrido en los sesenta, el sistema literario español ha permanecido casi impermeable a las propuestas de esa "tradición insolente" a la que tú aludías, y reacio, en general, a las novedades procedentes de Latinoamérica. A comienzos de este año publiqué una columna ("Impugnación", se titulaba) en la que, entre otras cosas, llamaba la atención sobre el hecho de que en las listas de los mejores títulos del año 2012 apenas figurasen autores latinoamericanos.[...]

 04 |  Mundillo literario argentino: «En España lo único que hay es plata...»

Damián Tabarovsky:
Es extraño, pero podría decirse que, desde América Latina, la situación es especular, con la diferencia (no menor, sino clave) de que España tiene el poder económico del habla hispana. Quiero decir: por aquí tampoco se aprecian mucho a los autores españoles, que ni siquiera funcionan a escala de cierto prestigio decorativo, como insinuás que ocurrió en España con nosotros. Fuera de los tanques mediáticos, son pocos los escritores españoles que se conocen. Por dar un ejemplo, no se cuántos leyeron en Buenos Aires a Gopegui, Magrinyà o Marta Sanz. Varios autores más jóvenes publicaron aquí algún libro, gracias a dineros del estado español, y por lo general pasaron desapercibidos. Creo que, entre otras cosas, se retoma la larga sombra de Borges que, casi, despreciaba a la literatura española.

Nuestro amigo Fogwill es también deudor de ese prejuicio: suponía que lo único que había en España era plata (me acuerdo que cuando yo lo contradecía, me trataba de “empleado de Claudio López”). Ese combo de anticipo alto, una famita breve, la nota en Babelia y, en el mejor de los casos, una invitación a Barcelona, forma parte de las razones del interés de muchos escritores por publicar en España. [...]

05 | La vaca española ya no da más leche...

Ignacio Echevarría:
Empecemos por decirles a esos escritores que, hoy por hoy, los anticipos son —como bien te consta— miserables; la "famita", imperceptible; que, por amplio que sea su prestigio en Latinoamérica (indicio inequívoco de la naturaleza metropolitana del espacio cultural hispánico), hoy nadie con dos dedos de frente se toma en serio a Babelia, en España o fuera de ella; y que desde "el año de la crisis", 2008, los viajecitos de promoción a Barcelona, o a la Casa América de Madrid, se administran con cuentagotas.

Lo siguiente es aconsejar a esos escritores que no suscriban sin las debidas garantías contratos mediante los cuales cedan los derechos de explotación de su obra en todo el ámbito de la lengua: la mayor parte de las veces, esos contratos defraudan la expectativa de que la obra en cuestión circule por distintos países de Latinoamérica (aun cuando se trata de una multinacional), y se pierde la oportunidad de ediciones locales.
Toco de paso un asunto de importante gravedad y trascendencia: para muchos editores españoles, y no sólo los grandes sellos, editar a un escritor latinoamericano sólo parece rentable si, además de en España, se puede vender en su país de origen y quizás en otros países. Pero muy pocos de esos editores están en condiciones de cumplir su propósito, y con su codicioso acaparamiento de derechos han conseguido "atrofiar" la circulación de un buen número de obras que, de no estar "enjauladas" por contrato, quizás hubieran corrido otra fortuna. Nos hallamos ante otro indicio de la desconfianza de los editores españoles en la resonancia y rentabilidad de publicar escritores latinoamericanos.

06 | El español neutro (o con qué lengua escribir)

Ignacio Echevarría:
Ya hace mucho, a propósito de una antología del cuento latinoamericano que se publicó en España con mucho ruido, llamaba yo la atención sobre la ausencia de colorido idiomático, de contrastes lingüísticos, que se observaba en esa antología. No se trata sólo (que también) de que los editores españoles tiendan a obviar aquellas propuestas literarias que trabajan en la superficie del idioma; se trata de que lo propios escritores españoles y latinoamericanos, todos, tienden a emplear una lengua estandarizada, una especie de "latín" escriturario o de koiné, que tiene circulación internacional, y que apenas registra variantes locales, como ese "vos" que dices tú emplear en tus novelas. En el empleo de ese castellano "extraterritorial" reside, a mi juicio, una de las claves del éxito de Bolaño, por ejemplo. Y eso que, en la actualidad, los editores españoles ya no pasan el "rodilllo" estilístico sobre los textos procedentes de Latinoamérica, como hacían antes.

El asunto, como ya te digo, es amplísimo, y para mí fascinante. Lo cierto, en cualquier caso, es que el escritor latinoamericano que trabaja en el nivel de la lengua, de su lengua local, está condenado al aislamiento. Y que de la pretensión de acceder a un público potencial de cuatrocientos millones de hablantes (de los que se presume ingenuamente que comparten una misma lengua) surge esa lengua escrita por la que instintivamente optan la mayoría de los escritores.

Esta idea del español neutro como herramienta para abrir mercado la desarrolla Ignacio Echevarría en su libro Desvíos. En su día, en Teína publicamos el texto que allí está incluido.

4 comentarios:

  1. Muy interesante. Me toca, además. Lo del español neutro no es menor. Durante años ni pensé en publicar en España porque estaba convencido de que el rioplatense no pasaría. Ahora estoy en eso, para mi gran sorpresa.

    No creo que los escritores tiendan a emplear un español estandarizado. Pero a quienes no lo hacen (conozco muchos casos) se les dificulta traspasar fronteras. Lo dice en parte Echeverría, pero no creo que se tienda a un español uniforme sino que simplemente hay muchísimos escritores que no traspasan fronteras pese a tener talento y material de calidad. No es lo mismo, por otro lado, un narrador en tercera persona que uno en primera persona y ni mencionemos los diálogos. Hay una edición de Rayuela anotada donde encuentras en nota al pie aclaraciones sobre ciertas palabras. Cuando la vi por primera vez me causó gracia. Luego comprendí que tenía todo el sentido del mundo. En una nota que leí hace no mucho Onetti ironizaba sobre un escritor mexicano recientemente publicado en España a quien se lo había "traducido" al peninsular. Buscando caí en la cuenta de que se trataba de Rulfo (!) Imagínate lo que puede ser Rulfo en peninsular. Y lo que dice Tabarovksy sobre las traducciones al español de España es cierto. Yo soy incapaz, por ejemplo, de escribir "gafas", es un rechazo físico al vocablo (mi hermana vive en España y lo emplea sin problemas), y cuando leo expresiones como "pegar la hebra", si bien las entiendo, me resultan tan naturales como a otros hispanohablantes puede resultarles la frase "el chabón se chamulló a la piba".

    Desde hace tiempo algo me llama la atención en los escritores latinoamericanos "jóvenes" (menos de cuarenta años): el éxito de una narrativa "norteamericanizada", estilos austeros, prosa seca, diálogos funcionales... No digo que todos escriban así pero mi impresión es que quienes lo hacen tienden a ganar más espacio. Dicho esto sin rigor; es sólo una impresión.

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  2. Uf, es un asunto complejo y arborescente, como mencionan Echeverría y Tabarovsky en su intercambio espistolar... Así que solo contribuiré con dos o tres cosillas de mi cosecha.

    La primera es que, en términos literarios, existe una mutua indiferencia entre España y Argentina y Uruguay (del resto de países no puedo hablar). Al lector medio español le interesa más cualquier libro traducido del sueco, el húngaro o el serbio que una experiencia con cualquier variante del español hispanoamericano.

    Bajo lo anterior subyace, en el caso español, además de toneladas de ignorancia, un regustillo colonialista... He perdido la cuenta del número de personas que me han dicho que los argentinos, uruguayos, colombianos, etc., no hablan bien 'nuestro idioma'. Es algo bastante alucinante (y daría bastante más que hablar que este puñado de frases que escribo desde un teléfono, alejado como estoy de un ordenador estos días).

    En cuanto a lo que hacen o no los escritores hispanoamericanos, no tengo una opinión formada... Pero imagino que no son inmunes a una industria donde correctores, editores, lectores de prueba, público o capitalistas varios sienten algo así como ultrajado, afeado o mal usado su idioma si leen cosas como "chabón, bancame un toque" o "agrandado como alpargata de bichicome". Existe interés por aprender otros idiomas, pero no el nuestro.

    Por cierto, recuerdo que hace muchos años, cuando fui a ver al cine "El mismo amor, la misma lluvia" nos repartieron un glosario argentino-español. Hoy seguimos más o menos en el mismo punto.

    En cuanto a por qué allá no les interesa lo que se escribe acá, diría que Tabarovsky explica bastante bien. O al menos yo percibí algo parecido el tiempo que viví en Buenos Aires.

    Todo esto me hace preguntarme cómo serán estas cosas en inglés o en francés.

    Y hasta aquí por ahora.

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  3. En mi opinión, hay un problema musical del lenguaje en todo este asunto que trasciende al origen del lenguaje en que el escritor se expresa, ya sea español, latinoamericano o una traducción del sueco o de cualquier otro idioma.

    De hecho, el problema de la traducción si vamos al caso, es un problema sonoro del que deberían ocuparse (y me imagino que se ocupan) los buenos traductores para que el texto “suene“ como lo esperan los lectores, es decir, en su propio idioma musical al que están acostumbrados. Y para eso el traductor debe ser bueno escuchado.

    Ahora, mas allá de esto último, al decir musical quiero decir de estilo, en el sentido de que el estilo en literatura es evidentemente musical y no visual, un asunto de oído mas que de sintaxis.

    A lo que quiero llegar es a que en las singularidades que la lengua castellana o el español han desarrollado en cada país o región no son otra cosa que las riquezas que sustentan una obra, donde la palabra “chabón“ sonará bien en latinoamérica pero no en España, y a la inversa “gafas“ o “gilipollas“ para nuestros pueblos dado que nuestro oído no es sensible a esos términos.

    En mi opinión, el problema editorial de rechazo que mencionan es un problema más amplio, que trasciende las fronteras de la buena o mala escritura, o de si se es español o latinoamericano.

    Si creo por otro lado, que un buen escritor no debe abusar de los localismos idiomáticos si quiere que su obra sea apreciada en otras regiones. Y volviendo al estilo, si uno es capaz de llevar la sintaxis o el lenguaje hasta un límite que lo separe de lo musical (como decía Deleuze) habrá llegado lo suficientemente lejos para quebrar el status-quo de la no integración.

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  4. Si bien comprendo tu argumentación musical, Alexandrei —y, en parte, la comparto—, me parece que el asunto de las traducciones en el ámbito hispano tiene, como dice Jorge Herralde, más de nacionalismo barato que de refinamiento cultural.

    Te enlazo una entrevista con él que publicó el blog de Eterna Cadencia el año pasado. Hacia el final, hay dos preguntas sobre el asunto de las traducciones. Herralde explica que para él no fue ningún drama leer traducciones argentinas en la época en que en España no había otras disponibles.

    Saludos y muchas gracias por la lectura y el comentario.

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