1 de diciembre de 2009

Las lagartijas huelen a hierba, Cristina Sánchez-Andrade

En verano el pelaje verde de la colina y las cachitas del culo de las niñas se ponen prietos y naranjas. En verano el río mengua y a las niñas de pecho plano les despuntan las tetitas lindas, lindísimas, y van creciendo en silencio, redondas, rosas, suaves, mientras el río discurre lentamente, arrastrándose como un torpe reptil, día tras día, y un día, al final de ese verano, cuando el cauce está tan seco y cuarteado como los labios de una vieja, y sólo queda una estrecha lengua de agua con olor a hiel y a algas, las tetitas se convierten en un fruto lujurioso y surcado de venas, cuando en la colina, junto al río, está medrando el espino de ramas erectas y de pinchos recios, y las niñas juegan en las aguas sin cuerpo, junto a los frutos rellenos de pepitas venenosas, y chapotean en el flujo sosegado y fangoso con aspecto del caldo de verdura.

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A esto lo llamo empezar con fuerza una novela... Y es que, cuando hay un buen autor detrás, apenas un párrafo basta para dibujar un mundo propio, una manera singular de apropiarse de la realidad, la melodía personal que se pretende silbar. En cualquier momento me pongo con la novela y sigo, que está de lo más tentadora. De momento, leo y releo, gusto y degusto, este delicioso primer párrafo.

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Las lagartijas huelen a hierba, Cristina Sánchez-Andrade.
Lengua de Trapo, Madrid 1999 (segunda edición en 2008).
Fragmento completo: clic aquí.

PD: Hasta el título es sensorial en este libro.

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