10 de junio de 2010

Amor de Artur, X.L. Méndez Ferrín

Amor de Artur (Impedimenta, 2010) es una de esas joyas que descubres de casualidad en la biblio y que terminas diciendo «Me la tendré que comprar». No es que el autor se vaya a hacer rico; pero, bueno, después de tanto dinero malgastado en compras insustanciales, ahora quieres asegurarte de que el 10% de tus 18 € financian el café con leche de un autor al que respetas. También el futuro de una editorial capaz de poner sobre la mesa una obra distinta.

Mira que me cuesta últimamente entusiasmarme con los narradores de tono alto —los tipo Borges, Onetti, Mann, Bernhard, etcétera—; sin embargo, Xosé Luis Méndez Ferrín ha logrado hacerse un hueco entre mis prejuicios. Este autor gallego, postulado en su día para el Nobel, ofrece un singular equilibrio entre su exquisito dominio del lenguaje, el distante tono mítico que le imprime a sus cuentos y el trasfondo social de lo que narra. En tiempos donde para algunos solo parece existir el credo carveriano o el aggiornamiento estadounidense, sorprende encontrar una voz así de potente, alta, inesperada.

Y sorprende más aún darse cuenta de que esta compilación de 5 cuentos fue publicada en gallego en 1982, pero que nos llega en español a través de Impedimenta en 2010... En el prólogo, otro gallego ilustre, Constantino Bértolo, proporciona unas cuantas razones de por qué ha sucedido. Las resumo en una: la industria editorial española siempre ha considerado mercancía de segunda la literatura en gallego.

El estilo de Méndez Ferrín —al menos el de este libro— es una suerte de crisol donde caben los mundos míticos a lo Tolkien, las referencias artúricas, el enciclopedismo literario de Borges —aquel señor ciego al que tanto gustaban las sagas islandesas y el folclore escandinavo—, una dosis de prolongado, (casi) eterno y cadencioso fraseo onettiano, y estructuras dramáticas vanguardistas, tendentes a romper con la linealidad. En fin, un autor de tal calado que cuando cierras el libro, caes en el lugar común de preguntarte: «¿Y por qué yo no había escuchado jamás hablar de este caballero?»

(Ahí van una entrevista en El País y otra en RNE para ir subsanando la ignorancia acumulada.)

El caso es que Méndez Ferrín nació en Orense en 1938 y publica libros desde 1958, es decir, que tiempo y oportunidades habíamos tenido para descubrirlo. Pero, bueno, se ve que Galicia está lejos de Madrid. También que las ideas políticas del autor o la querencia por su idioma, el gallego, tampoco han ayudado mucho. De todos modos, tiene miga que los lectores hayamos tenido empacho desde hace años del Obaba de Bernardo Atxaga o de la Mágina de Muñoz Molina, y sin embargo muchos no tengamos ni pajolera idea de Tagen Ata, el espacio mítico donde se mueve este autor telúrico donde los haya. A ver si algún día las alcantarillas del mundo literario hablan y nos enteramos de por qué.

Pero volviendo de nuevo sobre el estilo del autor, rescato unas palabras del prólogo, donde Bértolo —cirujano de primera en estas lides— sintetiza así su cocina literaria:
A propósito [de Pondal] habla Ferrín de un rasgo, el distanciamiento vaticinante, que bien cabe aplicar a su propia obra. En el tono de su escritura reverberan los ecos y las texturas de un oráculo que el pulso del escritor refuerza a través de la reiteración ritual, la aliteración de timbre lírico, la sintaxis narrativa en espiral o la hipérbole expresiva como desprendimiento épico, sin que tales cualidades sofoquen el tacto de un habla popular que salta desde su condición de lengua oprimida hasta las alturas de una literatura gozosa, feraz y plena.
Como soy incapaz de competir con semejante diagnóstico, lo único que puedo hacer es suministrar un par de fragmentos donde se aprecian algunos de esos detalles. Por ejemplo, aquí va una muestra de contenida retórica preciosista, como corresponde a un voz que habla como si fuera un oráculo antiguo, como ese Shakespeare solemne que nos hace ponernos en pie e ir a comulgar con la cabeza gacha porque hay días en que la literatura es una cosa muy seria y hay que vestirse de domingo (al principio de la entrevista en RNE hay otro pasaje):
Rey Artur, Galván y Keu se miran en silencio. Están horrorizados por lo que ven desde la colina. Una y otra vez vuelven a fijar la mirada en Francastel. ¿Qué había sido de aquella torre homenaje, grácil como un copero arábigo, que era fama que el pueblo de los elfos negros había construido para Merlín, mago de Bretaña, en una sola noche? ¿Dónde aquellas casas espaciosas, de piedra de mármol azulado, en las que la vida retirada y secreta de Merlín transcurría y que tenían puertas ocultas que se abrían a distintos mundos? ¿Y las cercas coronadas de adarve de madera oscura y techo de pizarra fina? En su lugar, un montón informe de cascotes era todo lo que quedaba del famoso y franco castillo de Francastel.
Por suerte, Méndez Ferrín también tiene un toque terrenal, que nos permite soñar con el infierno cada tanto:
La tercera noche del banquete, Kodraf visitó los establos del palacio de Enmek Tofen y, armado con un cuchillo, fue cortando los cojones a los caballos de la gente de Dindadigoe. Los hermosos y peludos caballos montañeses de Nosa Terra relincharon de horror y huyeron en la oscuridad dejando regueros escarlata. Finalmente, murieron todos, desangrados, por los bosques de Tagen Ata.
Hubiera querido añadir asimismo un fragmento de «Extinción de los contactos», pero ayer devolví el libro a la biblioteca y me olvidé de transcribirlo. Quería mostrar con ese subrayado el fraseo corto y sincopado que emplea ahí y, por tanto, su capacidad para variar de registro y temática. Y es que Méndez Ferrín lo mismo te construye un rítmico relato con ecos beat que te clava un párrafo único de 50 páginas con tres planos de lectura diferentes, como en «Fría Hortensia». Retranca literaria, desde luego, no le falta.

Cuando leí en la solapa que habían postulado a este autor para el Nobel me sonó increíble —¡pero si no lo conozco!—; sin embargo, después de leerlo, lo único que he podido hacer es ir a la biblioteca y sacar el único libro suyo que había, En el vientre del silencio, publicado por una pequeña editorial navarra, Txalaparta... Es el gozo del descubrimiento. Si relatos como «Amor de Artur», «Fría Hortensia» o «Calidad y dureza» estuvieran en algún libro de Borges, estoy convencido de que habría una legión de exégetas perorando sobre Tagen Ata, el Tiempo de la Magnolia, Enmek Tofen o ponderando las excelencias líricas de casi cada frase. Ojalá que esta excelente traducción que ha publicado Impedimenta ayude a que Xosé Luis Méndez Ferrín ocupe un lugar de referencia en más estanterías que las gallegas. El canon de ventas ni se va a enterar; pero el otro, el artístico, seguro que sí.

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