5 de octubre de 2014

Sociofobia, César Rendueles

Mejor tarde que nunca. Esto de escribir siempre se termina convirtiendo en una complicación: soy tan lento, me cuesta tanto mantener una regularidad, me surgen tantos imprevistos, que la mitad de los días pienso que los blogs son para que los escriben los demás. Pero, bueno, en su día había tomado algunas notas sobre Sociofobia, de César Rendueles, y, aunque sea de manera deslavazada, me propongo salvarlas del olvido. Al menos tributaré un último servicio a este ensayo que me ha gustado y, sobre todo, me ha hecho pensar mucho.
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01. Talento desperdiciado. Una pregunta sencilla: ¿a qué se dedican actualmente las mentes más brillantes? Tic, tac, tiempo para pensar... ¿Al bien común? ¿A resolver los grandes problemas de la humanidad —hambre, distribución desigual de la riqueza, desarrollo sostenible del planeta, etc.—? No, no, nada de eso. En general, según el tecnólogo Jaron Lanier, es bastante fácil encontrar a ingenieros doctorados en el MIT desarrollando «proyectos para enviar imágenes digitales de ositos de peluche y dragones entre miembros adultos de redes sociales». Por tanto, cuidadito con venirnos demasiado arriba con la euforia digital

02. La empresa como símbolo. La empresa se ha instalado como metáfora que explica, rige y determina cómo debemos funcionar como sociedad En particular, en la época precrisis, uno escuchaba hablar de que no necesitábamos políticos, sino gestores; que todo debía de administrarse con «criterios empresariales». De hecho, el actual Gobierno español y, en particular el de la Comunidad de Madrid, usan esa metáfora como ariete contra cualquier tipo de gestión pública. Y eso incluye desde un hospital, un aeropuerto o un servicio de ferrocarriles a una guardería, el servicio de parques y jardines o un centro cultural.

Por supuesto, las empresas hacen algunas cosas bien. Nadie lo niega. Eso sí, convengamos en que también hacen cosas muy mal y que, por tanto, la metáfora está coja. Ahí están los casos de Gowex, Panrico, Pescanova o Bankia por citar los primeros cuatro que me vienen a la cabeza. Y ahí están también presidentes de patronal como Gerardo Díaz Ferrán o Arturo Fernández, dos modelos poco edificantes. Sin embargo, desde arriba, desde el poder, los llamados «criterios empresariales» siguen siendo incuestionables, casi mandatos divinos. 

03. Una ínsula autoritaria. Tampoco parece que reflexionemos mucho, sostiene Rendueles, sobre que la empresa es un archipiélago de autoritarismo amparado y rodeado por un contexto legal público. O dicho de otro modo: el jefe manda que algo se hace por sus huevos/ovarios y los demás obedecemos no vaya ser que perdamos el trabajo; el jefe te baja el salario y los demás aceptamos no vayas a ser que...; etcétera. Y así, frecuentando esas insularidades laborales, nos pasamos la mitad de nuestra vida consciente. ¿Es esa la metáfora vital que queremos trasladar a las 24 horas de nuestros días? 

04. La letra pequeña del contrato. No hay ninguna iglesia que exija tanto compromiso como una empresa que te contrata como asalariado. Y con la precarización del mercado laboral, más aún. Rendueles se pregunta si analizamos nuestras elecciones, si somos conscientes de ellas, más que nada porque hemos disociado lo que hacemos de lo que decimos. Hablamos pestes de las empresas y hablamos de lo mucho que nos gusta el contacto personal; sin embargo, aceptamos un modelo social que maximiza nuestra relación con las empresas y minimiza el compromiso con los amigos y la familia. Somos parte de esta construcción; en nuestra mano está cambiarla.

05. Precariedad y subjetividad. Vale, mucho iPhone y lo que tú quieras; pero la realidad es una y nítida: vivimos tiempos de precariedad laboral. Somos los working poor, que dicen por ahí ya los académicos del asunto. Y eso implica restricciones desconocidas hasta ahora (o que nos remiten a Germinal, de Emile Zola). Para varias generaciones, de repente, han desaparecido al menos dos elementos que funcionaron como pegamento cohesionador para la generación de sus padres: estabilidad laboral y un proyecto de futuro. Es decir: la precariedad laboral viene acompañada de la emocional. Nuestra salud mental ya se está resintiendo.

06. La santísima trinidad virtual. Tres vectores dominan Internet: la pornografía, los cotilleos y el deporte. Lo dicen las estadísticas. Es una cuestión de porcentajes, es algo medible. Incluso en los países como China, donde están restringidos los derechos a los internautas, la gente, aunque encuentre un hueco en el Sistema de Vigilancia, no dedica su tiempo a informarse sobre el paro, la crisis de representatividad, etc. No; hacen lo mismo que tantos españoles: leer el Marca, ver tías en bolas, buscar las fotos de la última boda de George Clooney. Pese a algunas revoluciones achacadas a Internet, conviene no perder de vista la crudeza de los datos.

07. ¿Tenemos un proyecto común, como sociedad? En teoría, queremos construir una sociedad basada en establecer lazos entre las personas y cooperar los unos con los otros para obtener beneficios para la mayoría. En general, a todos les suena bien esa cantinela; sin embargo, cuando vamos a la parte práctica vemos que estamos consiguiendo lo contrario. Es más: en vez de implicarnos en la tarea, la hemos delegado en unos burócratas y tecnócratas que están tejiendo un modelo que optimiza el beneficio económico, no el bien social. Por tanto, cualquier solución debe partir de la autocrítica y de la implicación personal

08. Autocrítica, responsabilidad, concienciación. Pocas cosas vamos a mejorar si evitamos una pregunta fundamental: ¿estamos dispuestos a aceptar la pobreza, la distribución desigual de la riqueza, la contaminación, etc. como subproductos necesarios de los procesos económicos? O dicho de otro modo: somos responsables de un modelo de convivencia que lanza a la basura 40 toneladas de comida a la vez que millones de personas pasan hambre: ¿queremos ser parte de la solución o parte del problema?

09. Internet como símbolo. Internet dista mucho aún de ser una comunidad política (del mismo modo que una empresa dista mucho, por más que lo intente algún gerente general o de Recursos Humanos, de ser una gran familia). Internet es, sobre todo, un bálsamo de irrealidad para hacer más soportable la situación actual. Una situación que está dominada por la precariedad económica y la fragilización de los vínculos sociales. En la Red casi nadie mantiene compromisos normativos vinculantes —similares a los de un partido—, sino que practica el altruismo anónimo y mantiene compromisos marginales (Wikipedia como modelo aprox.).

De hecho, el debate tecnológico gira en gran medida alrededor de cuestiones legales, esto es, sobre los derechos de autor. O lo que es lo mismo: dinero. Por tanto, en términos comparativos, la Red apenas la usamos para conversar de los efectos de la tecnología sobre la estructura social, las relaciones de poder o la identidad personal. Es decir: seguimos con los mismos Grandes Problemas Estructurales de Siempre, y la tecnología no ha resuelto ninguno de ellos. Seguimos donde estábamos: preferimos comprar y vender armas a dotar de fondos unas leyes de dependencia que nos garanticen una vejez digna.


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PD. El blog de César Rendueles, por aquí.

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