24 de octubre de 2008

Cervantes y don Quijote

Abrir mi primer blog y emocionarme pensando que podía dedicarle uno a cada obsesión mía fue casi instantáneo. Así, primero monté un blog para los artículos que publicaba en Clarín, luego armé este para hablar sobre literatura y después tomé carrerilla de manera entusiasta y me dije: «Y, ahora, otro dedicado exclusivamente al Quijote». Sin embargo, ya lo dice el sanchopancero refrán inglés: «El camino al infierno está plagado de buenas intenciones». Exacto. Traza y orden, el blog donde pensaba escribir semanalmente sobre lo que me sugiere el que quizá es mi libro favorito, quedó en apenas cuatro entradas. Y es que mantener un blog implica una obligación de tiempo ineludible, y multiplicarla por tres o por cuatro (también mantengo el de Teína) es demasiado. Hoy, por fin, he mandado ese blog a pique... Adiós, adiós. Eso sí, antes rescato para Aviones desplumados lo poquito que escribí ahí.

De todos modos, esto no es final de mi pasión cervantina. Quizá con este movimiento de reunificación bloguero logre lo que antes no conseguí: abrir el Quijote en plan Biblia —que lo es— y copiar un párrafo o escribir algún disparate que me sugiera leer a don Miguel, ese libérrimo y ubérrimo genio de esta lengua nuestra. Por ahora, ahí van las cuatro entradas que escribí, una detrás de otra:

I

Quizá el pecado original de quienes se aventuran a escribir una novela en español sea una deuda —la reconozcan o no— con el Quijote y con Cervantes. Con esa enormidad de libro y de autor. Con esa interminable capacidad de ambos para ofrecerle incluso a los lectores del siglo XXI semejante máquina de jugar con las palabras, los tonos, los puntos de vista, los personajes, la estructura... Con casi cualquier concepto narrativo, en definitiva. Pura y continua literatura fue la lúdica cabeza de don Miguel, presta como ninguna otra a enchufar la máquina de escribir disparates y eslabonarlos uno tras otro, sin parar. Sin parar de reírse, sin necesidad de ser solemne mas que para entreverar burlas y sorprender continuamente a sus lectores tanto como a sí mismo. Un genio, sí, pero sobre todo un caballero andante de las letras que sabía cómo plantarle batalla a ese vestiglo llamado novela.


II

[ Don Quijote ] «En efecto, lo que yo alcanzo, señor bachiller, es que para componer historias y libros, de cualquier suerte que sean, es menester un gran juicio y un maduro entendimiento. Decir gracias y escribir donaires es de grandes ingenios: la más discreta figura de la comedia es la del bobo, porque no lo ha de ser el que quiere dar a entender que es simple. La historia es como cosa sagrada, porque ha de ser verdadera, y donde está la verdad está Dios, en cuanto a verdad; pero, no obstante esto, hay algunos que así componen y arrojan libros de sí como si fuesen buñuelos».

(Extraído del capítulo III de la segunda parte del Quijote).


III

El Quijote es como el arroz: se puede cocinar como uno quiera, que muy mal lo ha de hacer para que salga un plato incomestible. Lecturas sobre el Quijote hay muchas. Las que más abundan y circulan son las de corte histórico, academicista o sociológico. Hay quienes buscan criptojudíos por todas partes, están quienes leen la novela como si fuera un inerte bodegón de la lengua del siglo XVII, abundan quienes ven en el protagonista a ese humano utópico que anida en todos nosotros. Y está muy bien que así sea; cada cual lleva el agua a su molino.

Sin embargo, el libro admite más lecturas. Y al menos admite algunas menos estigmatizantes desde el punto de vista estético, es decir, entendiendo la novela como una obra de arte, no como un vehículo para comunicar información y educar a la gente. A ojos de un escritor, el Quijote debería leerse más bien como un manual sobre cómo escribir una novela. Muchos de los recursos técnicos que usan o han usado los autores del siglo XX y XXI están ya ahí, en un texto del siglo XVII, puestos sobre el tapete por un señor manco, pobre y algo pedante; pero que escribía con un entusiasmo y una alegría como pocas veces se ha visto en la Historia. Cervantes no es grande porque cuatro viejos locos hayan decidido que sea un «clásico». No, de ningún modo. Cervantes es un genio porque era un escritor cojonudo.

Si alguna reflexión dejan las más del mil páginas de apretada letra de que consta su obra magna es que don Miguel sabía cómo ser imprevisible constantemente. Durante páginas y más páginas se muestra como un excelente prestidigitador que se saca trucos, uno tras otro, para volver verosímil lo inverosímil, sostener la atención del lector y asegurarse de que este lo acompañará al capítulo siguiente. Dicho de otro modo: es un artista de la forma cuyos artificios apuntan siempre al más difícil todavía, no un picapedrero del contenido que novela la realidad. Y es tan bueno con sus cabriolas literarias que varios siglos después su texto aún funciona como un exacto mecanismo matemático. Por eso hay que estudiarlo.


IV

«Cada uno mire cómo habla o cómo escribe de las presonas, y no ponga a trochemoche lo primero que se le viene al magín».

(Extraído del capítulo III de la segunda parte del Quijote, página 571).

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